Durante mediados del siglo XX, tras la Revolución Mexicana, la Ciudad de México experimentó profundas transformaciones, consolidándose como el epicentro político y administrativo del país (Tuñón 2003, 1). La transición de una economía agrícola a una industrial, junto con la migración masiva del campo a la ciudad, posicionó a la capital como un símbolo de modernidad, prometiendo movilidad económica y ascenso social. Sin embargo, estas aspiraciones a menudo resultaban ilusorias, ya que la afluencia de campesinos incrementó la pobreza urbana, exponiendo las contradicciones inherentes a la modernización. Esta tensión, enraizada en la disyunción entre los ideales de progreso y las realidades materiales de la desigualdad, encuentra resonancia en Los olvidados (1950) de Luis Buñuel. A través de una representación descarnada de la marginalidad, Buñuel critica las disparidades estructurales generadas por el fracaso del desarrollo urbano moderno. Por medio de la “reproducibilidad” del cine, desestabiliza las representaciones idealizadas de la identidad mexicana, características del discurso nacionalista y del cine de la época de oro, construyendo en su lugar una visión política sobre la desigualdad sistémica. Mediante narrativas fragmentadas por el montaje, una cinematografía autorreflexiva y una combinación de realismo documental con surrealismo psicológico, logra desmontar construcciones ideológicas y reimagina el cine como un medio de crítica sociopolítica, alineando su obra con la visión de Benjamin sobre el arte reproducible como una fuerza democratizadora. Al eliminar el aura tradicionalmente asociada con la representación de la identidad mexicana, “Los Olvidados” cuestiona las estructuras de poder y expone las inequidades inherentes a la modernización.
La teoría del “aura” de Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica ofrece una perspectiva crucial para examinar la subversión de Buñuel sobre las narrativas ideológicas del progreso en “Los olvidados”. Benjamin caracteriza el aura como la singularidad del arte tradicional, su autenticidad inimitable vinculada al ritual y la continuidad histórica, sosteniendo jerarquías establecidas y hegemonías ideológicas. En contraste, la reproducibilidad del cine disuelve este aura, descentralizando la expresión artística y permitiendo su uso como herramienta de crítica sociopolítica. El prólogo de Buñuel ejemplifica este potencial al yuxtaponer imágenes icónicas de la modernidad urbana—el puerto de Manhattan, la Torre Eiffel, el Big Ben y el Zócalo de la Ciudad de México—con un narrador extradiegético que expone la brecha entre estos símbolos celebrados y la marginación que ocultan. La revelación de que estas metópolis albergan espacios invisibles de miseria redirige la atención del espectador de la grandeza monumental a los fracasos sistémicos de la modernización. Buñuel, al situar a la Ciudad de México dentro de este panorama global de inequidad, reformula la urbanización como un proceso desigual y excluyente, cuyos beneficios se limitan a una minoría privilegiada mientras su fracaso condena a muchos a la invisibilidad social. Esta desestabilización de la imagen idealizada de la modernidad—lograda a través del montaje y la disonancia entre sonido e imagen—se alinea con la afirmación de Benjamin de que la reproducibilidad desmantela las narrativas coherentes, revelando las contradicciones subyacentes en los constructos ideológicos.
A lo largo de la película, Buñuel utiliza técnicas cinematográficas que refuerzan su crítica. La mezcla de realismo documental con surrealismo psicológico permite que “Los olvidados” trascienda una simple representación de la pobreza urbana y se convierta en un comentario sobre los efectos de la modernización fallida. El uso del montaje interrumpe la linealidad narrativa, exponiendo la violencia cíclica de la marginalización. La utilización de imágenes y sonidos disonantes desestabiliza la percepción del espectador, obligándolo a confrontar las desigualdades sociales que la modernidad ha intentado invisibilizar. Además, la película cuestiona la autenticidad de las representaciones cinematográficas, exponiendo el cine como un medio que puede tanto reforzar como desafiar las estructuras de poder. En conclusión, “Los olvidados” de Luis Buñuel explora las posibilidades críticas del cine en la época de su reproducibilidad técnica. A través de su innovador uso de la forma cinematográfica, la película desmantela las narrativas convencionales de progreso y modernidad, revelando la violencia estructural que las sostiene. La combinación de realismo y surrealismo no solo refleja la complejidad de la experiencia humana en los márgenes de la sociedad, sino que también invita a los espectadores a cuestionar las narrativas que perpetúan la marginalización. En este sentido, la película sigue siendo una obra relevante y poderosa, una que documenta y desafía las realidades sociales de su tiempo.